Él estaba otro día sentado en la misma silla, leyendo ese mismo diario de deportes. Sorbiendo uno de los mejores cafés que hacían en esa ciudad. Como siempre, estaba solo, cerca de la cristalera de la pequeña cafetería antigua y mirando intermitentemente para el exterior. La gente andaba a toda prisa por la calle. Una de muchas. Acabó, dejó el euro en la mesa y marchó con la cabeza mirando para sus ropas. El hombre se avergonzaba de si mismo pero mantenía una pulcra apariencia con sus ropas bien asentadas en todo momento.
Vestía con ropa vieja y se notaba que no tenía para más pero mantenía la elegancia y la sobriedad de un gran señor que no quería llamar la atención. Su cinto estaba a punto de darle una mala pasada, sujetaba ese pantalón de lana que algún día fue de su talla.
Él era un gran hombre, siempre mantenía la compostura hasta cuando ciertos personajes le robaban el poco dinero que recaudaba dibujando, retratando a los viandantes que se paraban a contemplar la orilla de este precioso río. Él los dibujaba con disimulo y gran rapidez, dándole una vida a sus rostros con una gran naturalidad, tranquilidad y resplendor que aparentemente no tenían esas personas.
Los retratos más buenos se los guardaba para él. Y los no tan buenos que servían para vender los ofrecía por la voluntad al retratado y si no los compraban... él los comvencía para venderlos a otras personas que tenían interés por su obra desconocida y viva.
Un día se encontró con una chica muy hermosa, solo la vio unos instantes, pero no necesitó más, creó un gran cuadro que se lo quería regalar a ella por la gran inspiración que le dió. Mientras que lo dibujó, en él, crecía una buena sensación, se le veía feliz, hacía tiempo que no había estado así. Nunca me recuerdo de verlo así de feliz.
Como dije, quiso regalarle el retrato echo en papel al carboncillo.
Él esperó por ella, varias semanas. Ella no apareció. Poco después, puso su retrato a la venta para ver si algunos de los turistas de esos lares se atrevía a darle información sobre esa hermosa mujer.
Un día, alguién le comenzó a hablar...
Vestía con ropa vieja y se notaba que no tenía para más pero mantenía la elegancia y la sobriedad de un gran señor que no quería llamar la atención. Su cinto estaba a punto de darle una mala pasada, sujetaba ese pantalón de lana que algún día fue de su talla.

Los retratos más buenos se los guardaba para él. Y los no tan buenos que servían para vender los ofrecía por la voluntad al retratado y si no los compraban... él los comvencía para venderlos a otras personas que tenían interés por su obra desconocida y viva.
Un día se encontró con una chica muy hermosa, solo la vio unos instantes, pero no necesitó más, creó un gran cuadro que se lo quería regalar a ella por la gran inspiración que le dió. Mientras que lo dibujó, en él, crecía una buena sensación, se le veía feliz, hacía tiempo que no había estado así. Nunca me recuerdo de verlo así de feliz.
Como dije, quiso regalarle el retrato echo en papel al carboncillo.
Él esperó por ella, varias semanas. Ella no apareció. Poco después, puso su retrato a la venta para ver si algunos de los turistas de esos lares se atrevía a darle información sobre esa hermosa mujer.
Un día, alguién le comenzó a hablar...
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